miércoles, 23 de octubre de 2013

El descanso médico que altero el eje de la tierra




Hay gente sabionda. Uno de mis amigos me dijo que debía de haber sentido el impacto del proyectil, se creía un experto en recibir balas o algún perito de criminalística. El hecho es que ni yo sabía mucho. Pensé que Francesca iba a ser mi Salma Hayek y yo su Antonio Banderas y que ella iba curar mis heridas mientras yo tocaba guitarra. De eso nada, pues tenía en brazo entero moreteado e inflamado y moverlo aunque sea para cambiar de canal era un trámite. Me dieron un mes de descanso médico y al salir de la clínica, para encubilarme en mi casa, casi lloro al volver a entrar al hogar.

Francesca me visitaba todas las noches. Yo andaba con un cabestrillo, pero era tan molestoso a veces que me quitaba.

-¿Por qué te lo quitas, deberías ponértelo? -me decía ella preocupada.

-Es que si me quedo con el brazo en posición de noventa grados y dos pulgas es posible que sus tejidos entiendan que esas son sus coordenadas oficiales y se rebelen cuando quiera ejecutar una flexión.

-¡Ay, Dios, no dije nada!

Jugábamos 'Monopolio' con ternura. Hacía mucho que no jugaba y caímos en la cuenta que los billetes de repartición eran menores a los que yo recordaba. Investigué entonces mientras jugábamos que la Hasbro había disminuido el monto de la repartición con la llegada de la crisis, lo cual me pareció muy gracioso.

Al tercer día, Francesca misma me quitó el cabestrillo, porque le estorbaba para hacer el amor. Había oído de gente que hacía dormir una de sus manos para masturbarse con ella y no sentirla como mano sino como un cuerpo ajeno. Yo que tuve sexo con un brazo completamente inhabilitado, podría decir que tiene algo de deporte extremo.

-¡Ay, mierda! -dije cuando Francesca se apoyó en mi brazo mientras se preparaba para la postura de cucharita.

-¡Ay perdón! ¿No era el otro? -dijo ella. Francesca se justificaba a veces con las estupideces más grandes.

Cuando ella trabajaba. Nos veíamos por Skype.

-Baby, ¿quién va a hacer tus cosas acá en la oficina? -me preguntó.

-Tú pues, mi amor, quién más. Yo estoy malito -dije engriéndome.

-Deberías al menos reportarte. Dale una llamada a Francis. Él otro día me preguntó que... si realmente amabas esta revista, si tenías ganas de trabajar en ella, tu ausencia se siente. 

Al décimo día jugamos Mario Kart Wii.

Al décimotercer día tuve que hacer un freelance. Luego de hacer las entrevistas, le pedí a Francesca que me desgrabara el audio.

-¡Puta madre! ¿No lo puedes hacer tú? ¡Yo estoy acá haciendo tus notas de porquería!

-Amor, es que apenas puedo mover un dedo. Todavía las máquinas en las que nos desempeñamos tienen más de treinta teclas. Todavía no llegamos a la era de los Supersónicos donde se trabaja sólo apretando un botón. ¿Veías esa extraordinaria serie?

-Lo haré cuando tenga tiempo.

-¿Vas a venir ho ya visitarme?

-Sí, mi amor.

-Ya, genial. Cuando vengas tráeme una pizza americana, por favor.

-¿Me estás hablando en serio?

-Mi amor, estoy herido. Engríeme.

-Mi psicóloga me advirtió que esto iba a pasar. Pero... No te voy a llevar nada. Te llevaré una bolsa de chizitos si quieres. Fresco.

Al decimo cuarto día le pedí que me hiciera unos masajes. Los hizo al inicio con cariño y luego con fuerza.

Al décimo quinto día, me aburrí de estar en casa y decidí salir con Francesca a un bar. Aún no podía tomar alcohol pues tenía la herida abierta, así que pedía gaseosas. En el local, nuestro buen amigo Bashad preguntó qué diantres me había pasado en el brazo. Le dije lo ocurrido y él salió con otro historia.

-Dante, tengo que decirte algo -dijo Francesca.

-Cuéntame, mi amor.

-En la oficina dicen que eres un conchudo. Que el descanso de un mes les parece excesivo.

-¿Quienes? ¡Dime nombres! ¡Es el colmo que no puedan entender que estoy mal del brazo!

-Dante, fuiste a hacer un freelo. Hasta a mi me explotas, queriendo que desgrabe tus cosas. Eres un abusivo.

-¿Tú también estas dentro del grupo que piensa que soy un conchudo?

-Lo eres. Eres un conchudo, de lo peor, fresco.

-¿Me imagino entonces que no me defendiste? Y que sonreíste ante los comentarios. ¡Tú y tu diplomacia!

-No dije nada. El silencio fue mi mejor arma. No voy a estar respondiendo cuando rajen de mi novio en mi cara. Pero, ahora que lo pienso, no debería contarte lo que se dice de ti en la oficina.

-Este... ¿por qué ah? Eres mi pareja.

-Porque no mi vida. No debería hacerlo porque estoy metiendo mi vida personal en temas de la chamba. Al contártelo y interceder por ti, te estoy impulsando a que hagas lo correcto y al menos le des una llamada a Francis. No debería hacer eso, porque eres mi compañero de trabajo también. Pero te amo, y... por favor, repórtate con Francis. Te lo aconsejo porque te quiero.

-Es que no puedo creer que me digan conchudo. ¡Tengo descanso médico! ¡Me ha caído una bala!

-Bueno, yo ya te di un consejo. Tómalo o déjalo. Francis es un imbécil, pero no le hagas la guerra.

Al fin lo hice.

Por cierto, un mes después se haría en parte realidad aquello de trabajar sólo un dedo. Sin querer, incursionamos en las máquinas tragamonedas de un casino, en el cual sólo apretábamos un botón para hacer dinero. Pero esa es otra historia. Otro post

Dante