lunes, 4 de noviembre de 2013

Las putas sirenas



Francesca tenía una moderada pero buena experiencia en el mundo de los tragamonedas. La primera vez que fue acompañó a su viejo y era muy menor. Primero, don Rodolfo, se acomodó en una de las máquinas y sentó a su niña en el asiento de al lado. "Pa' no me gusta mirar. ¿Me puedes dar veinte soles para jugar yo también?". El señor le dio diez, que luego de sendas apretadas de botón se convirtieron en 160 soles. Don Rodolfo le despojó de la mitad del monto a su hija, pues aseguró ser el dueño tutor de una parte de ese dinero. La segunda vez que fue. Se sentó al lado de una viejecita. Esta sacó un gran pozo, pero le dio un infarto al cobrar la suma. Cuando los bomberos llegaron, ella tomó parte de las doradas y suculentas fichas.

-Vamos a las maquinitas -dijo ella una noche. Fuimos entonces a un tragamonedas de Guardia Civil. Hace mucho había ganado allí noventa soles en un ridículo juego donde me salieron cinco juegos de bonus seguidos. Pero el regresar esa maquina ya no existía. Entendí entonces que renuevan cada cierto tiempo a esos entes mecánicos o que jubilan a las más dadivosas, antes de que el negocio se vea perjudicado. Esa noche no ganamos nada. A decir verdad, me hice de cinco soles, pero era como si no contaran.

Por alguna oscura motivación, cierto día en que celebrábamos un mes más de relación, decidimos ir a hacer dinero fácil para pagar nuestra cena romántica, en un conocido y enorme local. Jugaríamos una hora y media y luego partiríamos en taxi hasta San Isidro para llegar a tiempo a nuestra reservación en 'Dánica'. Francesca de pronto sacó setenta soles de una máquina.

-Tú pagarás la cena -le dije.

De pronto jugué en un artefacto ridículo llamado 'Syrens' o 'Sirens', como quiera que se llame, el cual me arrojó 210 soles.

-Ahora tú pagarás. Y... de paso dame veinte soles de tu fortuna... Recuerda que lo mío es tuyo -dijo Francesca.

La cena entonces fue patrocinada por esa máquina extraña. ¿Y cómo no volver a ti, querido y luminoso artefacto escupidor de monedas y cheques intercambiables al momento? Cómo no, si tus coloridas figuras y tus sirenas, y esas embarcaciones que debían salir tres o cuatro veces para generar más ganancia, o esa lira de Orfeo que dormía al Cancerbero guardián de la gran jugada por apuesta máxima. Gracias deidad de la fortuna, que condujiste bien el timón hacia el puerto de la plata fácil.


-Fran... No puede ser... Esa sirenas... Digo, el sonido de esas máquinas aún resuena en mis orejas... Temo que eso esto se convierta en un vicio -dije mientras saboreaba mi salmón.

-Debemos tener cuidado -dijo ella -. ¿Que te parece si no regresamos hasta después de un mes?

-Perfecto -dijo yo.

Volvimos a la siguiente semana. No era un vicio. Simplemente queríamos ir a cenar y en nuestros bolsillos apenas habían cuarenta soles. Además, podíamos tomar unos aperitivos en las 'Maquinitas'. Por otro lado, el (en)canto de las sirenas era seductor, ellas aparecían y me sentía como Ulises, cómodo con su presencia, absorbido, presionando cuantas veces sea necesario el botón y cuando llegaban los bonus, este hacía su magia por sí solo, mientras yo me cruzaba de brazos y veía rodar las figuras movidas por alguna gracias divina.

-Amor, vamos a regalarnos una noche en el Hilton -dije yo, sin un centavo en el monedero.

-Pero... No hay dinero, baby... -dijo ella.

-Ejem... Ejem...

-¡Por Zeus! ¿Estás pensando lo mismo que yo?

-No se diga más...

Navegamos hasta llegar al Hades. Yo estaba ciego. O sea, nos íbamos en taxi por la avenida Aqueronte. El barquero me había cegado poniéndome dos monedas en los ojos. Era lo único que veía, mi ceguera dorada. Llegamos a las puertas del Vicio. Esperamos un rato en la entrada, fumando puchos hasta hacer nuestro ingreso triunfal. Me dirigí de frente a donde las Sirenas, pero no estaban. Supuese que sólo las habían reubicado, movido a otra avenida. Luego de una mirada por todo el lugar, me di cuenta que no estaban.

-¿Dónde estás las Sirenas? -le pregunté a un tipo que llevaba tragos.

-Desaparecieron señor. Ejercían su oficio sin permiso. Eran sluts y no slots -dijo uno. Al menos creo que dijo eso.

Ese día perdí veinte soles. Fue poco, pero sentí el golpe. 
Francesca simplemente siguió jugando en otras máquinas.

Dante

P.D. Ya es tiempo que Francesca escriba. Sólo espero que se desapegue de las máquinas y que tenga tiempo para el blog.