martes, 7 de mayo de 2013

La pose del goloso



El dueño de nuestro bar de siempre se acercó para saludarnos. Francesca pidió una cerveza, casi levantando la mano para ordenar, como si estuviera en un salón de clases donde el que responde primero se lleva un chocolate. Yo, discretamente, hice mi orden, una taza de anís, por favor, y ni se te ocurra ponerme un sobre filtrante, hagan el servicio de preservar el misterio de la infusión entre tú y tu gente, le dije al dueño.

-¿Me estás bromeando, Dante? ¿Vas a tomar anís? ¡Le haces un daño a la reputación de mi local!

-Este... Tengo acidez e indigestión. El médico dice que no tome siquiera un trago virgen. Pero, no te preocupes, la semana que viene volveré a consumir el licor que ofreces.

Era la segunda vez que me pasaba aquello. Quedar indigesto en medio de la semana y luego pasar mis weekends con abstinencia. En la primera, no supe nunca qué me cayó mal. La última, fue por glotonería. Cierto día retozaba con France y un sorbo de cerveza activó mis intestinos, los resintió hasta hinchar mi panza a escala de cuatromesino. Ese día había almorzado hamburguesa con extra queso y más tarde se me antojó un lomo saltado. Quizá la culpa también la tuviera la pizza del día anterior.

France nunca se indigesta. Su estómago aguanta comida chatarra de toda casta. Recientemente hay una polémica porque quieren devolverle a las 'Tías Veneno' y FastFoods el derecho a publicitar. A nosotros nos da igual, porque ya nos lavaron el cerebro.

Tanto France como yo somos parte de esa generación que creció con la cajita feliz, que pensaba que ir al KFC de la Plaza San Martín era un prodigio. Vania, amiga de France y que también trabajó  con nosotros ordenaba pizzas en la oficina, hamburguesas también. Cada vez que colgaba el teléfono luego de su pedido, tomaba el tiempo. Deseaba con anhelo que el deliverer se pasara de los treinta minutos. Quería tragar gratis. Yo, que rara vez pedía y tenía flojera para salir a comer, me animé a pedir un día pizza. Llegaron a los 45 minutos. La segunda vez que pedí el repartidor se demoró apenas tres minutos. Para colmo se excusó diciendo que el ascensor se había rebelado.

-¡Fue el ascensor pues. Yo llegué al edificio a la hora!

-No me importa. A todo esto... ¿Te descuentan por ser tardón?

-Naaa. No pasa nada.

-Ya pues, entonces no chilles. Anda nomás.

Vania se ponía picona. Ella que era la caserita, jamás tenía la suerte de no pagar su comida. 

Lo peor de lo peor es que la indigestión te venga en un hotel, como me pasó a mí.

-¿Ya no va a ver repetición? -dijo France dolida.

-No... No sé... ¿Probamos contigo encima?

-¡Ay, no! ¡Mejor no! ¡Me sentiría como que estoy inflando una llanta!

France nunca se indigesta. Pero sufre de cólicos menstruales cada mes y además de pastillas, tiene una postura para que le pase el dolor. Se llama 'La posición piedra'. Su madre se la trasmitió  y a esta, la abuela de mi amada. Quizá hay posición papel, como también una llamada tijera, pero la que compete aliviar el dolor de los cólicos es la 'piedra'.

La ensayé en la cama. France parecía enseñarme alguna postura de yoga mientras yo me sentía como un chanchito apretujado.

La milenaria posición no funcionó. France jura que es efectiva con ella, con su madre, con su abuela. Dijo incluso que Santa Rosa lo hizo primero, aunque a ella le gustara el dolor físico, así que esa leyenda no gozaba de veracidad.

Salimos del lugar. No más sexo por esa noche. Al salir, y esperar el ascensor, vimos algo inédito: ¡Un repartidor de pizza tocaba la puerta de una habitación!

-Ya sabemos para la próxima que hacen delivery hasta acá -dijo France.

-¡Ni de broma!.... Maldito ascensor. Que se apure, no quiero subirme con el repartidor viéndonos y alucinándonos.

Dante

No hay comentarios:

Publicar un comentario