jueves, 2 de mayo de 2013

Radar perruno




Soy mujer y también tengo esa malicia-egoísmo que sólo nosotras reconocemos a más de diez metros de distancia. Conozco esos disfraces femeninos llenos de inocencia que sólo permiten engañar a una especie: el hombre. No sé si es ingenuidad, idiotez o simplemente “hacerse el huevón” pero ellos son incapaces de darse cuenta de que aquellas inofensivas amigas, conocidas o madres teresas a las que tanto defienden, son nada más y nada menos que zorras. Señoritas a las que conocemos de pies a cabeza y que se olvidan que una también fue soltera, también vivió y también utilizó esos mismos artificios.
Una noche de un viernes asistimos al cumpleaños de una amiga muy querida en Gótica. Tú con saco y camisa y yo con un mini vestido fuimos dispuestos a conquistar la pista de baile. Nos acercamos al grupo y para mi sorpresa todas eran mujeres con el mismo mini vestidos y varios tragos encima. “Huevonaaaaaaa, ¿qué, es tu flacoooo?”, preguntaban mis amigas y las amigas de mis amigas balanceando sus tetas sobre tu cara. Sí, asentía yo con un poco de incomodidad. Después de bailar unas cuantas canciones, los tacos número 20 que me había puesto comenzaban a pasarme factura y se me ocurrió la gran idea de sentarnos en el box. 
“Amor, mejor aquí no”, me dijiste con voz temblorosa mientras mirabas a Gina, amiga de la cumpleañera,  con el vestido desencajado y con los brazos abiertos dispuesta a abrazarte. Mi inocencia y todo el ron que me tomé me llevó a pensar que no iba a suceder nada. Nos sentamos en los grandes sillones y comencé a sentir tus manos más frías de lo normal. "¿Qué pasa?", pregunté. "Nada", respondiste. Gina se paró entre tus piernas a darte una clase de sexy dance motivada por varios vasos de vodka. Te agarré del brazo y nos fuimos. ¿Tan zorra puede llegar a ser una mujer? Sí, era la respuesta.
Pero no todo es tan transparente en esta vida. Hay también las que se hacen las tranquilitas, también llamadas “mosquitas muertas”, aquellas inocentes que quieren que el príncipe las rescaten de las garras del monstruo. La historia sería linda si es que el príncipe no fueras tú.
Era una tarde de verano. Tus piernas y las mias se entrelazaban y tus manos poco a poco se dirigían hacia mi brasier. Me solté el cabello me puse encima de tuyo y de pronto sonó tu celular. “Hola Carla, como andas” , dijiste con la voz agitada y con una sonrisa. “Pucha en verdad estoy muy mal del estómago y solo quería caminar contigo en un parque”, dijo tu amiguita Carla con esa voz quebrantada al otro lado de teléfono. Me acosté a un lado. Titubeaste y dijiste que no. Colgaste y hasta que me contaste lo sucedido seguías pensando que quizás podías quitarle el malestar con el gran paseo por el parque o con tus bromas.
-Eso aquí y en la China se llama manipulación femenina, amor.
-France, solo estaba enferma y me llamó. 
Mi única explicación ante tal idiotez es que o ella era tan inocente de creer que tenías poderes de un Ciruelax o tal vez las neuronas de su cerebro le indicaban que tú hacías imposición de manos. ¿Le duele la pancita? ¿Y qué pretende? ¿Que mi novio le huela los pedos? La figura de “amiga” esta señorita definitivamente no la tenía clara.

Hay otras en cambio que la tiene clarísima: buscar al chico en cuestión a cómo de lugar. Todo aparato tecnólogico, dígase blackberry, iphone,web cam son herramientas recurrentes para cumplir su objetivo: acosarlo y encima, con bastante sangre en la cara, reclamar.

Era un sábado y habíamos quedado en encontrarnos en un café que a los dos nos gusta. Después de esperar varios minutos, hecho normal por su conocida impuntualidad, llegaste. Algo inseguro, sudoroso, impaciente.

-Amor, ¿cómo estás?

-Bien, todo bien- decías mientras te agarraba los dedos de las manos.

Tomamos varias cervezas que una señorita muy amable nos ofreció hasta que llegó el momento de la verdad. Si Beto Ortiz te hubiera citado a su ex programa 'El Valor de la Verdad', probablemente hubiera tenido más ráting que sus últimos entrevistados. En un lado yo, la enamorada acusadora y con mirada desafiante. Por otro tú,  inseguro pero dispuesto a confesarlo todo.

-¿Dónde has estado?

-La verdad es que no te iba a contar pero… salí con Ana.

-¿Con esa amiga tuya que te llama, escribe y por poco se desnuda para llamar tu atención?

-Amor, ya vez no te pongas así, ella es buena sino que me dijo para vernos un rato y ya salimos.

La velocidad con que tomaba mi cerveza aumentaba cada vez más junto con la cólera. Seguía escuchando el relato:

-Fuimos a un bar en Barranco y le dije que tenía que irme porque nos ibamos a ver.  Anita (la huerfanita) me dijo que te llame para que nos alcances y le dije que no. Tú eres mi enamorada y sabía el problema que ibas a hacer. ( Y sí que lo sabía perfectamente). Nada, me dijo que por qué la escondía.

Ante tanta conchudez además de tomar cerveza grité en pleno café: Y ¿quién mierda es ella? ¿Qué se cree tu flaca? ¿Tu amante?

-Amor, ella es buena incluso quiere tener una empresa conmigo.

Tanta ingenuidad solo me llevo a una solución. Explicarle frente a frente los artificios femininos. Expliqué la mentalidad femenina, que funciona casi como un tablero de ajedrez. “Nadie mi amor, nadie que sea tu pata te baila frente a tu enamorada entre tus piernas. Ninguna hermana del alma te llama porque le duele la barriga o la punta de la teta. Nunca tu sister se coloca dentro de tus prioridades pisoteando a tu enamorada”. Yo detecto a toditas las zorras, todititas. La que no las detecta que tire la primera piedra.

Francesca




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